Según datos de la Organización Mundial de la Salud, el número de personas con 60 años o más en todo el mundo es el doble desde 1980 y las previsiones señalan que alcanzará la cifra de los 2.000 millones hasta 2050. Estos números no son más que el reflejo del envejecimiento de los países desarrollados, un fenómeno que evidencia las mejoras y adelantos en relación a la salud y la calidad de vida de la población.
Los avances sanitarios y de higiene, el control y optimización de la producción alimentaria y el descenso generalizado de la mortalidad en las diferentes etapas de la vida son las principales causas que provocan el aumento progresivo de la esperanza de vida de la población en las últimas décadas. Con ella, se dibuja un nuevo sector demográfico, el de la edad avanzada, que, gracias a la sabiduría de la experiencia, continúa haciendo importantes aportaciones a la sociedad, tanto en el ámbito familiar como en labores de voluntariado o de forma activa en la esfera laboral.
Sin embargo, el envejecimiento de los países desarrollados provoca, además, una gran preocupación con respecto a la viabilidad de los sistemas de pensiones públicos puesto que para su sostenibilidad es necesaria una relación proporcional entre el número de personas que cotizan y el número de pensionistas. Por ello, desde 1987 se han puesto en marcha sistemas privados que permiten complementar el subsidio público, como son los planes de pensiones.
Los planes de pensiones son herramientas de ahorro de carácter individual reservadas a particulares que quieren complementar y, por lo tanto, aumentar los ingresos que recibirán durante su jubilación. De esta forma, podrán obtener un capital, una renta o una combinación de ambos, como resultado de los aportes realizados a lo largo de la vida activa a lo que se deberá sumar la rentabilidad que se obtenga de dicha inversión. Además, cabe destacar que las aportaciones a los planes de pensiones conllevan importantes beneficios fiscales, por lo que se convierten en una fórmula de ahorro accesible y popular. Más aún ante las previsiones que señalan que en 26 años, en 2040, el ritmo creciente del envejecimiento de los países desarrollados provocará que haya más ancianos que niños en todo el mundo.