La muerte ha sido, desde los orígenes del ser humano, una gran incógnita. Religiones enteras se han basado en qué ocurre cuando dejemos el mundo atrás y los ritos fúnebres nos han acompañado desde tiempos inmemoriales.
Hay culturas que veían la muerte como un viaje para el que necesitarían estar preparados. Ya fuese con armas, como los vikingos, o con dinero para el barquero Caronte como los griegos, culturas antiguas enviaban a sus muertos listos para el más allá.
Otras, en cambio, preferían asegurarse de que el muerto no resucitaría y colocaban dólmenes de toneladas de peso encima de sus tumbas.
Hoy en día, gracias a la influencia cristiana, el entierro tradicional está mucho más relacionado con un ataúd en la tierra o en un nicho, con sus correspondientes ritos. Si bien es cierto que las misas se reservan para personas religiosas, las vigilias siguen estando presentes en pleno siglo XXI.
Así, la sepultura ha sido el rito funerario más predominante desde el origen de la humanidad (o al menos, de estos ritos), pero últimamente la cremación ha tomado el relevo. Si bien es cierto que la cremación también es una práctica milenaria (en India se celebra el Antyesti, recogido en las escrituras sánscritas hacia 1800 AC).
La popularidad de la cremación en el mundo contemporáneo se debe a dos factores: la pérdida de influencia de la Iglesia en las costumbres y su precio, mucho más rentable que una parcela en la tierra. Cuánto cuesta un funeral depende mucho de los servicios y la grandeza que se contraten, pero el promedio en España está en torno a los 3.000 euros.
Tras la cremación surge la cuestión de qué hacer con las cenizas. La práctica habitual es enterrarlas o guardarlas en una urna, pero hay personas que prefieren soluciones más… extravagantes. Muchos optan por esparcirlas en algún lugar significativo para el difunto, o abonar la tierra para que crezca un robusto árbol en su memoria.
Sin embargo, todo tiene un precio, y existen empresas que impulsan las cenizas al espacio (para los verdaderos misántropos) o, incluso, que las convierten en diamantes, ya que son principalmente carbono. También están los casos como los de Keith Richards, guitarrista de los Rolling Stones que -cuenta la leyenda- esnifó las de su padre mezcladas con cocaína.
Una solución más moderna a la cremación es la disolución. A través de ella, el cuerpo se sumerge en una mezcla de agua con hidróxido de potasio, un agente muy corrosivo, a una temperatura de 180º y ofrece unos resultados similares a los de la cremación, pero con mucha menos energía consumida y la posibilidad de reutilizar el ataúd.
La tercera práctica funeraria hace tiempo que fue desbancada por la sepultura o la cremación pero fue muy predominante en tiempos antiguos. La embalsamación consiste en preservar los muertos y asegurar que no se descompongan con el paso del tiempo. El ejemplo más inmediato de esto son las momificaciones egipcias.
Sin embargo, en el mundo actual es posible encontrar embalsamaciones. Lenin, Ho Chi Minh, Mao Tse Tung o Eva Perón vieron sus cuerpos preservados para permanecer de forma física en el reino de los vivos.
Otro ejemplo de embalsamación moderna es la denominada plastinación, una técnica inventada por Gunther von Hagen, que consiste en sustituir los líquidos corporales por resinas elásticas. Su uso es mínimo, pero ha dado lugar a la exposición de anatomía ‘Body Worlds’ que cuenta con una muestra permanente en Ámsterdam.
Los elementos que determinan el coste de un funeral son varios, pero principalmente:
–Tanatorio: Dependiendo de la ciudad y los servicios, el coste medio de un tanatorio se sitúa en torno a los 600 euros. Si además se va a utilizar un coche fúnebre, esto puede significar otros 500 euros adicionales. Los certificados y tasas rondan los 200 euros.
–Ataúd: es uno de los costes más variables de los funerales. Desde la espartana caja de pino hasta los que tienen interiores de seda y maderas exóticas (que pueden costar fácilmente 5.000 euros), el precio medio de los más utilizados se sitúa en 750 euros.
–Flores: Las floristerías viven para las bodas y los funerales. Ramos, centros, coronas o almohadillas, todo depende de cuánto estemos dispuestos a gastar. Una corona puede rondar los 150 euros y una cruz de flores puede estar en torno a los 100 euros.
–Esquelas: A menudo se colocan en la vivienda del difunto para hacer pública su muerte, pero que sean publicadas en un diario es otra opción para las figuras más importantes (o pudientes). Una esquela a página completa puede costar más de 20.000 euros en un medio de tirada nacional, mientras que la más simple está en torno a los 500 euros.
–Nicho: Los nichos no son lugares de reposo eterno, sino que se alquilan durante 10 años. Su precio oscila entre los 900 y los 1.800 euros y, tras ese periodo, la familia tiene que encargarse de los restos. Si se prefiere, en cambio, la cremación, su coste ronda los 1.200 euros.
Para que no tengamos que encargarnos de estos costes en un momento tan difícil como es la pérdida de un ser querido, existen los seguros de decesos. En España, alrededor de 20 millones de personas tienen contratada una póliza de este tipo que va creando un fondo para dichos gastos y su gestión eficiente y profesional.
MAPFRE cuenta con seguros de decesos diferentes, con primas naturales, niveladas y mixtas. Además de sus coberturas básicas, estos seguros tienen interesantes opciones ampliables. Lo importante para un seguro de decesos es la planificación a largo plazo (suelen ser más baratos cuanto antes se contraten) y, por supuesto, ponerse en manos expertas.
Para evitar tener que lidiar con los gastos y las dificultades de gestión que representa una muerte en la familia, contar con un buen seguro de decesos (y consultar las tarifas de nuestra zona) es una buena garantía de evitar problemas en un momento tan doloroso.